Suelo ser apacible,
recordar sufragar una risa en algún punto medio de
un día que despierta prometiendo todo y de pronto
está muerto.
Aun así, sobre el día que fenece, bajo el cielo de
un dios prometido por muertos, es casi posible
atisbar un retozo en el karma aún dormido.
Contemplar por segundos la chispa hilarante asediando
las calles.
Conocer de antemano que toda esa intriga buceando en
el aire no escapa jamás al gravamen de un sueño.
Esto es en sí el equilibrio en el diáfano aliento,
el saber que en las gradas azules las nubes no heredan
un hálito humano en la soga que adhiere el temblor de dos polos,
recorrer paso a paso la orgía de la muerte y
sentir su caricia, su aplauso, su tregua infinita.
Soy apacible en la holgura del cielo, soy apacible si
existen gaviotas y graznan su aceite en el llano sin patria,
un vendaval donde todo es infame, todo, salvo este
resquicio de luz que se escapa de un todo podrido en
las cosas de un mundo agrietado al final de mis ojos.
recordar sufragar una risa en algún punto medio de
un día que despierta prometiendo todo y de pronto
está muerto.
Aun así, sobre el día que fenece, bajo el cielo de
un dios prometido por muertos, es casi posible
atisbar un retozo en el karma aún dormido.
Contemplar por segundos la chispa hilarante asediando
las calles.
Conocer de antemano que toda esa intriga buceando en
el aire no escapa jamás al gravamen de un sueño.
Esto es en sí el equilibrio en el diáfano aliento,
el saber que en las gradas azules las nubes no heredan
un hálito humano en la soga que adhiere el temblor de dos polos,
recorrer paso a paso la orgía de la muerte y
sentir su caricia, su aplauso, su tregua infinita.
Soy apacible en la holgura del cielo, soy apacible si
existen gaviotas y graznan su aceite en el llano sin patria,
un vendaval donde todo es infame, todo, salvo este
resquicio de luz que se escapa de un todo podrido en
las cosas de un mundo agrietado al final de mis ojos.