Agradezco con toda mi fuerza el amor que me brindan en todo momento. Sus mensajes de apoyo me cimbran la vida. Desde siempre he tenido un perfil (ya sea virtual o palmario) concreto. Totalmente acorde a mi esencia y mi forma de vida. Aclaro que en estos tres años de haber irrumpido en el mundo de Facebook, he mantenido tan solo una cuenta y en ella comparto poemas, cultura y vital pensamiento.
Ese ser miserable que orienta su tiempo a atacar mi persona, y algunos colegas, no oculta en sí misma sus patologías. Su terrible obsesión hacia mí y a mis versos. Su desmedida testarudez al suponer siquiera que encauzo mi tiempo en quehaceres totalmente absurdos y ajenos al verso. Pero lejos, muy lejos estoy de enfocar un segundo siquiera ese oscuro marasmo. Siempre he expresado que tengo derecho a querer a quien quiera querer, no a quien quiera que a fuerzas le quiera.
Y debo agregar que ese mismo patrón enfermizo que arraiga su dolo en las redes virtuales es algo frecuente. He observado esta misma conducta en más gente. Conductas nocivas, maléficamente empeñadas en ver derrocado el amor, la unidad, la familia, la sana armonía del amante y los seres afines. Sus actos son viles, groseros, sin clase. Hago hincapié en que no ignoran que incurren en graves delitos legales, que afectan también gravemente a terceras personas, entre ellos a niños, a madres, a amistades y a cónyuges. Lo hacen fraudulentamente, con la alevosía inherente. Y aunque es obvio que deban tratarse psiquiátricamente, ello no exime sus faltas, su malevolencia, su afición por el odio, su fanatismo al rencor, sus altanerías, su tendencia al despecho, su manía hacia el acoso, su vocación excesiva por ser garrapatas.
La manera en que infiltran su infamia comprueba su entera consciencia hacia el acto cobarde, incivil, despiadado. Siempre un mismo patrón los delata, y a la vez categóricamente apuntala que nada, así sea un historial depresivo o un archivo psiquiátrico grueso, justifica su oprobio. Su infinita ruindad.
Al principio sus voces son siempre amigables; admiran tu obra, te alaban; ungen tu espacio virtual de lisonjas. Pero luego, una vez que no obtienen la llave a tu vida, o tu amor, tu confianza o tu cama despojan su rostro de toda careta y develan sus diablos. En todo sentido pretenden franquear esa pleura intangible entre el ser y el humano. Ruegan, requieren, suplican, escriben (de su propia mano) las cosas más bajas y luego arremeten. No sin antes armarse de trampas, reclutar la mentira, adiestrar la ignominia y algo aún más nefasto: incorporar su esquizoide a la beligerancia. Y poco, si es que nada o un comino les puede importar sus parejas, sus hijos, sus menesteres de vida. Sin más los segregan y emprenden su real vocación de demonios. Ya el espejo es su propio castigo. Y vaya que debe dolerles.
Yo estoy a años luz de prestarme a sus timos, vivo un hábitat sano. Amo. Me dedico a la literatura. A mis hijos que adoro. A escribir. A estudiar. A crecer.
A ser con orgullo y con mi frente en alto: el hombre que soy cada día.
Fausto Vonbonek