sábado, 8 de noviembre de 2008

Great Expectations

            Soy pacifista, creo que las guerras debiesen estar en los libros de historia y museos de holocaustos. Soy devoto de la paz mundial. Hoy en día las guerras se observan grotescas, son simplemente ridículas. Ellas simbolizan la penumbra, los rancios grilletes que aún ciñen los pasos de un hombre que cruza a otro siglo con bastas maletas repletas de horror y de pestes pasadas. Son tantas las cosas que el mundo requiere de forma inmediata que me atrevo a declarar que a estas alturas es una idiotez fabricar y ostentar nuevas armas. Es una idiotez fomentar nuevas guerras. La voz del planeta es muy clara, pero parece que el hombre ensordece a los gritos de un mundo que clama ya herido. Soy discípulo del pensamiento. Soy adepto del trueque y la sana armonía. Hay quienes pueden decir que las guerras heredan mayor beneficio que adeudos humanos. Aún hay devotos del Ares sangriento, aún hay sectarios que pulen el baal que alimenta los odios. Es finalmente la historia quien traza la línea y realiza la resta. Pero ¿de qué sirve ante tanta ceguera? Sea cual fuere la cifra, esta conlleva a una lucha de ideas y rencores. Los “buenos” y “malos” pretenden alzarse con justas razones que excusan en sí la defensa y ataque, sin embargo ambas partes son polos humanos y es una idiotez disfrazar los misiles de flores y engaños. Las religiones no han dado respuesta al fundir la bondad en el mismo escalpelo que escinde la fe del cadáver inerme. Sensatos y necios acaban forjando conflictos de espadas y escudos. Sí, los miedos levantan murallas; las ambiciones desplazan las armas; los odios afilan los sables que cortan la lengua incapaz de expresar con palabras humanas la frase asequible que evite ofensivas. El perdedor es el hombre. El ganador es la hiel de las balas y el rictus del polvo que cubre una sangre que estuvo latiendo a la par del filial sentimiento. El ariete marcial rompe el muro del tiempo, la carpa castrense discurre una nube de brisa sangrienta. En este milenio la guerra es absurda, una antiestética guisa de usar las neuronas. Toda nación debe ya reprobar cada quid del falsario, del mal gobernante, del paranoico, del prepotente. Todo país debe ya señalar la actitud del tirano y dejarlo al garete en su propia vergüenza. Ya no debe de haber opresores, ya el dictador luce arcaico, ya los autócratas son obsoletos.
            Soy pacifista, soy pensador, soy escribano de versos. Creo en la frazada que teje la gente al forjar en conjunto un deseo positivo a través de activar simultáneas sus mentes pensantes. Esa es la red que libera a los hombres, esa es la esperanza que envuelve a los niños, esa es la neblina que rompe cadenas. Antes que todo: globalicemos la paz y el pensar sanamente.
            El triunfo de Obama ha llegado puntual a su cita en el mundo. George W. Bush ya era irrespirable. Hace ocho años la mayoría de votantes sufragaron por Al Gore, sin embargo no es el voto popular el que abre las puertas de La Casa Blanca, sino el voto electoral que otorga cada estado de manera individual. De manera que ese medio millón de sufragios que superaban a Bush sólo atribuyeron una gélida estadística. Esas son las paradojas seculares del sistema americano de elecciones. En 2004 la gente en Estados Unidos reeligió al desdeñoso tejano ante un mundo de incrédula faz que anhelaba una pausa a los hechos violentos. Millones de electores creyeron las farsas de Bush. Yo mismo conversé con estadounidenses y atestigüé su patriotismo irresponsable, barato e injusto. Favorecieron la causa incorrecta y hoy esos votos denotan la sombra de 1 284 105 iraquíes fallecidos. Y por increíble que parezca, mientras el mundo considera esa invasión como un desastre humanitario, gran parte de esas personas continúan creyendo que la guerra engendrada por Bush fue por causas cabales y bien cimentadas. Si Clinton fue el Midas de la economía, Bush fue la antítesis misma: la convirtió en una cloaca. Todo pudrió en su camino de forma local y a la vez con secuelas en todo el planeta. El escritor Gore Vidal fue muy claro al declarar que pasarían cien años para reparar el daño que dejó el criminal a su paso. Jamás le importaron los niños del orbe, no movió un dedo por el bienestar del mundo, el calentamiento global le valió su desprecio. Yo sí festejo hoy el triunfo de Obama. El senador John McCain no apuntaba distinto, y el haber elegido a Sarah Palin como compañera de fórmula corroboraba un camino gemelo del magnicida tejano. Hoy no es secreto que el mundo carece de líderes natos. Hace 150 años Barak Obama estuviese laborando en plantaciones bajo el yugo de amos blancos. Hoy va a gobernarlos en un hábitat radical que le va a conferir un camino de espinas. Eso es ser líder. Él ha enfrentado a su paso oponentes gigantes y siempre su voz y su aura ha brillado entre otras. Eso es ser líder, abanderar la esperanza de un pueblo minado, cobijar la ilusión del autóctono blanco, de los afroamericanos, de los orientales, de los millones de hispanos y sobre todo de un mundo que espera el sosiego en la lista de muertos. Todo sufragio es castizo. No importa el color de la piel del votante. Yo sí aplaudo este triunfo, porque soy liberal y me enlisto en el cambio, pero sobre todo porque quiero dejar tras de mí un mejor mundo.
            Obama es la prueba de que el elector que conjuga visiones obtiene el paisaje que aspira su mente. Pero cuidado. En México fuimos testigos de un cambio gestado por esas pasiones. El resultado fue amargo, el presidente elegido fue el caos absoluto. Una total decepción de seis años. Una ingratitud integral para cada votante. Su clara traición sentenció la elección posterior a un sexenio en que el rostro de Fox ya irritaba a millones. Por esa razón al igual que en Estados Unidos la gente votó por el cambio. Un nuevo cambio. Sólo que en México no hubo voto electoral ni popular, sino fraude. Y es por ello que el mismo partido hoy guarece un mandato sin ángel ni brillo. Un mandato mediocre, demagogo y mentiroso.
            La elección es Estados Unidos fue prueba fehaciente de que la actitud positiva de un hombre destella a la misma frecuencia en que el pueblo calibra sus sueños. Por ello al hablar de elecciones no caben los fraudes, porque destruyen los sueños y tornan al hombre en un buitre al servicio brutal de anarquías personales. El fraude destruye la flor democracia.
            Este triunfo de Obama es un triunfo de todos, porque esta basado en pensamientos colectivos que han traspasado fronteras y mares. Así de excelsa es la noción del pensamiento. Si el pueblo de México lograra captar esa egregia virtud de hermanar pensamientos y acciones aunadas hace tiempo que esas lacras que en nada tributan sus investiduras serían reemplazadas por seres honestos y rostros capaces de infundir respeto.
            Obama deberá enaltecer la confianza que le ha encomendado su pueblo. No debe olvidar que los ojos del mundo estarán expectantes.

2 comentarios:

  1. Hope!
    Pienso igual que tú.

    Ojala que esto no sea demasiado bueno para ser verdad.

    Y que vengan tiempos mejores!

    Saludos

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  2. Yo la verdad, no creo que Obama traiga NADA bueno.

    si bien nos va, sera como el Chente Fox...y si BIEN nos va...

    un hombre que NUNCA fue esclavo, ni su familia, jamas podra empatizar con el sufrimiento del pueblo afroamericano, que ha padecido una y miles...

    Ademas, del sufrimiento, viene la venganza muchas veces: veo el rostro endurecido de michelle obama, y veo malos presagios y augurios, la venganza como solucion no puede traer nada bueno....

    No, en realidad, no espero nada de un demagogo que se cree mesias y de una mujer que se ve que ambiciona poder...

    Si bien nos va, como te digo, sera como Vicente Fox; pero en fin, el pueblo norteamericano tendra que comprobarlo por si mismo...

    Hay que revisar con tiento las leyes de control de poblacion que quiere implantar obama, eso me huele a fascismo en potencia....

    Lastima que no quedo Hillary....

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