No dirán que intenté no morirme,
no dirán nada.
Nada dirán cuando observen el
trino brotar de mi aliento.
¡Qué fiel es el alba!
Nada dirán las auroras sin versos,
no dirán nada,
sus bocas tendrán las palabras
postradas que no alimentaron.
Sus manos oscuras traerán el
revólver que afrente el espejo.
No dirán que intenté no morirme,
dirán en parvadas palabras cenizas,
dirán cielo abierto
dirán luz de Roma.
El mar guardará mi silueta en
su lúbrica espalda,
la arena sabrá disolver el bosquejo
del beso que di a su cintura,
el aire jamás les dirá una palabra
nacida en mi sombra.
¡Qué fiel es la noche!
Un rito de fuego dirá una palabra,
un solo siseo tendrá la osadía,
y entonces la luna,
aquella que fue de mi piel un poema
dirá en luz de azahares que
yo soy su amante.
martes, 25 de noviembre de 2008
lunes, 24 de noviembre de 2008
Flor en galope
Como flor entre arrullos creció tu silueta,
magnolia en galope, corola de luna en espacio movible,
de nuevo valiente, de nuevo alumbraste las voces dispersas.
Si afuera una estrella lloraba un silencio tú no la escuchaste,
tú fuiste hacia ella en el tren de tu boca,
cubriste su llanto con notas de risa,
curaste su lumen de espejo marchito y así,
en luz decembrina,
volviste a la estrella un botón de mil cantos.
Tú, flor en galope,
giraste atrevida tu mano en el eco volviendo
el otoño una azul bailarina, así es tu galope,
caballo desnudo en aliento vestido.
Un hombre infinito observaba tus alas,
su dulce rodilla dotó tu cabello de un copo de sangre.
Allá en el silencio otra estrella lloraba;
distante, perdida, friolenta.
Tú abriste los brazos,
alzaste tu pétalo pleno de selva y barriste la noche.
Ya no hubo una estrella llorando un silencio,
tú, flor en galope,
volviste cantante los faros del cielo.
magnolia en galope, corola de luna en espacio movible,
de nuevo valiente, de nuevo alumbraste las voces dispersas.
Si afuera una estrella lloraba un silencio tú no la escuchaste,
tú fuiste hacia ella en el tren de tu boca,
cubriste su llanto con notas de risa,
curaste su lumen de espejo marchito y así,
en luz decembrina,
volviste a la estrella un botón de mil cantos.
Tú, flor en galope,
giraste atrevida tu mano en el eco volviendo
el otoño una azul bailarina, así es tu galope,
caballo desnudo en aliento vestido.
Un hombre infinito observaba tus alas,
su dulce rodilla dotó tu cabello de un copo de sangre.
Allá en el silencio otra estrella lloraba;
distante, perdida, friolenta.
Tú abriste los brazos,
alzaste tu pétalo pleno de selva y barriste la noche.
Ya no hubo una estrella llorando un silencio,
tú, flor en galope,
volviste cantante los faros del cielo.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Luna de Troya
Allá en su silencio
una novia menguante
desteje un suspiro.
¿Qué eterno Odiseo
no ha vuelto a besarla?
Penélope luna,
cristal de ilusiones,
destejes y tejes
tu cielo de Ítacas.
Tal vez no regrese
el guerrero sin tiempo,
tú fiel permaneces
sembrada en un rostro.
Y esperas y esperas,
y esperas y tejes
de nuevo tus velos.
Oh, luz de tu espasmo,
qué misera estrella
enamora el umbral
donde un beso juró
regresar a tu boca.
sábado, 15 de noviembre de 2008
Fausto Vonbonek (Tienda de abarrotes)
sábado, 8 de noviembre de 2008
Great Expectations
Soy pacifista, creo que las guerras debiesen estar en los libros de historia y museos de holocaustos. Soy devoto de la paz mundial. Hoy en día las guerras se observan grotescas, son simplemente ridículas. Ellas simbolizan la penumbra, los rancios grilletes que aún ciñen los pasos de un hombre que cruza a otro siglo con bastas maletas repletas de horror y de pestes pasadas. Son tantas las cosas que el mundo requiere de forma inmediata que me atrevo a declarar que a estas alturas es una idiotez fabricar y ostentar nuevas armas. Es una idiotez fomentar nuevas guerras. La voz del planeta es muy clara, pero parece que el hombre ensordece a los gritos de un mundo que clama ya herido. Soy discípulo del pensamiento. Soy adepto del trueque y la sana armonía. Hay quienes pueden decir que las guerras heredan mayor beneficio que adeudos humanos. Aún hay devotos del Ares sangriento, aún hay sectarios que pulen el baal que alimenta los odios. Es finalmente la historia quien traza la línea y realiza la resta. Pero ¿de qué sirve ante tanta ceguera? Sea cual fuere la cifra, esta conlleva a una lucha de ideas y rencores. Los “buenos” y “malos” pretenden alzarse con justas razones que excusan en sí la defensa y ataque, sin embargo ambas partes son polos humanos y es una idiotez disfrazar los misiles de flores y engaños. Las religiones no han dado respuesta al fundir la bondad en el mismo escalpelo que escinde la fe del cadáver inerme. Sensatos y necios acaban forjando conflictos de espadas y escudos. Sí, los miedos levantan murallas; las ambiciones desplazan las armas; los odios afilan los sables que cortan la lengua incapaz de expresar con palabras humanas la frase asequible que evite ofensivas. El perdedor es el hombre. El ganador es la hiel de las balas y el rictus del polvo que cubre una sangre que estuvo latiendo a la par del filial sentimiento. El ariete marcial rompe el muro del tiempo, la carpa castrense discurre una nube de brisa sangrienta. En este milenio la guerra es absurda, una antiestética guisa de usar las neuronas. Toda nación debe ya reprobar cada quid del falsario, del mal gobernante, del paranoico, del prepotente. Todo país debe ya señalar la actitud del tirano y dejarlo al garete en su propia vergüenza. Ya no debe de haber opresores, ya el dictador luce arcaico, ya los autócratas son obsoletos.
Soy pacifista, soy pensador, soy escribano de versos. Creo en la frazada que teje la gente al forjar en conjunto un deseo positivo a través de activar simultáneas sus mentes pensantes. Esa es la red que libera a los hombres, esa es la esperanza que envuelve a los niños, esa es la neblina que rompe cadenas. Antes que todo: globalicemos la paz y el pensar sanamente.
El triunfo de Obama ha llegado puntual a su cita en el mundo. George W. Bush ya era irrespirable. Hace ocho años la mayoría de votantes sufragaron por Al Gore, sin embargo no es el voto popular el que abre las puertas de La Casa Blanca, sino el voto electoral que otorga cada estado de manera individual. De manera que ese medio millón de sufragios que superaban a Bush sólo atribuyeron una gélida estadística. Esas son las paradojas seculares del sistema americano de elecciones. En 2004 la gente en Estados Unidos reeligió al desdeñoso tejano ante un mundo de incrédula faz que anhelaba una pausa a los hechos violentos. Millones de electores creyeron las farsas de Bush. Yo mismo conversé con estadounidenses y atestigüé su patriotismo irresponsable, barato e injusto. Favorecieron la causa incorrecta y hoy esos votos denotan la sombra de 1 284 105 iraquíes fallecidos. Y por increíble que parezca, mientras el mundo considera esa invasión como un desastre humanitario, gran parte de esas personas continúan creyendo que la guerra engendrada por Bush fue por causas cabales y bien cimentadas. Si Clinton fue el Midas de la economía, Bush fue la antítesis misma: la convirtió en una cloaca. Todo pudrió en su camino de forma local y a la vez con secuelas en todo el planeta. El escritor Gore Vidal fue muy claro al declarar que pasarían cien años para reparar el daño que dejó el criminal a su paso. Jamás le importaron los niños del orbe, no movió un dedo por el bienestar del mundo, el calentamiento global le valió su desprecio. Yo sí festejo hoy el triunfo de Obama. El senador John McCain no apuntaba distinto, y el haber elegido a Sarah Palin como compañera de fórmula corroboraba un camino gemelo del magnicida tejano. Hoy no es secreto que el mundo carece de líderes natos. Hace 150 años Barak Obama estuviese laborando en plantaciones bajo el yugo de amos blancos. Hoy va a gobernarlos en un hábitat radical que le va a conferir un camino de espinas. Eso es ser líder. Él ha enfrentado a su paso oponentes gigantes y siempre su voz y su aura ha brillado entre otras. Eso es ser líder, abanderar la esperanza de un pueblo minado, cobijar la ilusión del autóctono blanco, de los afroamericanos, de los orientales, de los millones de hispanos y sobre todo de un mundo que espera el sosiego en la lista de muertos. Todo sufragio es castizo. No importa el color de la piel del votante. Yo sí aplaudo este triunfo, porque soy liberal y me enlisto en el cambio, pero sobre todo porque quiero dejar tras de mí un mejor mundo.
Obama es la prueba de que el elector que conjuga visiones obtiene el paisaje que aspira su mente. Pero cuidado. En México fuimos testigos de un cambio gestado por esas pasiones. El resultado fue amargo, el presidente elegido fue el caos absoluto. Una total decepción de seis años. Una ingratitud integral para cada votante. Su clara traición sentenció la elección posterior a un sexenio en que el rostro de Fox ya irritaba a millones. Por esa razón al igual que en Estados Unidos la gente votó por el cambio. Un nuevo cambio. Sólo que en México no hubo voto electoral ni popular, sino fraude. Y es por ello que el mismo partido hoy guarece un mandato sin ángel ni brillo. Un mandato mediocre, demagogo y mentiroso.
La elección es Estados Unidos fue prueba fehaciente de que la actitud positiva de un hombre destella a la misma frecuencia en que el pueblo calibra sus sueños. Por ello al hablar de elecciones no caben los fraudes, porque destruyen los sueños y tornan al hombre en un buitre al servicio brutal de anarquías personales. El fraude destruye la flor democracia.
Este triunfo de Obama es un triunfo de todos, porque esta basado en pensamientos colectivos que han traspasado fronteras y mares. Así de excelsa es la noción del pensamiento. Si el pueblo de México lograra captar esa egregia virtud de hermanar pensamientos y acciones aunadas hace tiempo que esas lacras que en nada tributan sus investiduras serían reemplazadas por seres honestos y rostros capaces de infundir respeto.
Obama deberá enaltecer la confianza que le ha encomendado su pueblo. No debe olvidar que los ojos del mundo estarán expectantes.
Soy pacifista, soy pensador, soy escribano de versos. Creo en la frazada que teje la gente al forjar en conjunto un deseo positivo a través de activar simultáneas sus mentes pensantes. Esa es la red que libera a los hombres, esa es la esperanza que envuelve a los niños, esa es la neblina que rompe cadenas. Antes que todo: globalicemos la paz y el pensar sanamente.
El triunfo de Obama ha llegado puntual a su cita en el mundo. George W. Bush ya era irrespirable. Hace ocho años la mayoría de votantes sufragaron por Al Gore, sin embargo no es el voto popular el que abre las puertas de La Casa Blanca, sino el voto electoral que otorga cada estado de manera individual. De manera que ese medio millón de sufragios que superaban a Bush sólo atribuyeron una gélida estadística. Esas son las paradojas seculares del sistema americano de elecciones. En 2004 la gente en Estados Unidos reeligió al desdeñoso tejano ante un mundo de incrédula faz que anhelaba una pausa a los hechos violentos. Millones de electores creyeron las farsas de Bush. Yo mismo conversé con estadounidenses y atestigüé su patriotismo irresponsable, barato e injusto. Favorecieron la causa incorrecta y hoy esos votos denotan la sombra de 1 284 105 iraquíes fallecidos. Y por increíble que parezca, mientras el mundo considera esa invasión como un desastre humanitario, gran parte de esas personas continúan creyendo que la guerra engendrada por Bush fue por causas cabales y bien cimentadas. Si Clinton fue el Midas de la economía, Bush fue la antítesis misma: la convirtió en una cloaca. Todo pudrió en su camino de forma local y a la vez con secuelas en todo el planeta. El escritor Gore Vidal fue muy claro al declarar que pasarían cien años para reparar el daño que dejó el criminal a su paso. Jamás le importaron los niños del orbe, no movió un dedo por el bienestar del mundo, el calentamiento global le valió su desprecio. Yo sí festejo hoy el triunfo de Obama. El senador John McCain no apuntaba distinto, y el haber elegido a Sarah Palin como compañera de fórmula corroboraba un camino gemelo del magnicida tejano. Hoy no es secreto que el mundo carece de líderes natos. Hace 150 años Barak Obama estuviese laborando en plantaciones bajo el yugo de amos blancos. Hoy va a gobernarlos en un hábitat radical que le va a conferir un camino de espinas. Eso es ser líder. Él ha enfrentado a su paso oponentes gigantes y siempre su voz y su aura ha brillado entre otras. Eso es ser líder, abanderar la esperanza de un pueblo minado, cobijar la ilusión del autóctono blanco, de los afroamericanos, de los orientales, de los millones de hispanos y sobre todo de un mundo que espera el sosiego en la lista de muertos. Todo sufragio es castizo. No importa el color de la piel del votante. Yo sí aplaudo este triunfo, porque soy liberal y me enlisto en el cambio, pero sobre todo porque quiero dejar tras de mí un mejor mundo.
Obama es la prueba de que el elector que conjuga visiones obtiene el paisaje que aspira su mente. Pero cuidado. En México fuimos testigos de un cambio gestado por esas pasiones. El resultado fue amargo, el presidente elegido fue el caos absoluto. Una total decepción de seis años. Una ingratitud integral para cada votante. Su clara traición sentenció la elección posterior a un sexenio en que el rostro de Fox ya irritaba a millones. Por esa razón al igual que en Estados Unidos la gente votó por el cambio. Un nuevo cambio. Sólo que en México no hubo voto electoral ni popular, sino fraude. Y es por ello que el mismo partido hoy guarece un mandato sin ángel ni brillo. Un mandato mediocre, demagogo y mentiroso.
La elección es Estados Unidos fue prueba fehaciente de que la actitud positiva de un hombre destella a la misma frecuencia en que el pueblo calibra sus sueños. Por ello al hablar de elecciones no caben los fraudes, porque destruyen los sueños y tornan al hombre en un buitre al servicio brutal de anarquías personales. El fraude destruye la flor democracia.
Este triunfo de Obama es un triunfo de todos, porque esta basado en pensamientos colectivos que han traspasado fronteras y mares. Así de excelsa es la noción del pensamiento. Si el pueblo de México lograra captar esa egregia virtud de hermanar pensamientos y acciones aunadas hace tiempo que esas lacras que en nada tributan sus investiduras serían reemplazadas por seres honestos y rostros capaces de infundir respeto.
Obama deberá enaltecer la confianza que le ha encomendado su pueblo. No debe olvidar que los ojos del mundo estarán expectantes.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Sirenas
Para el mar cada barco es lunar caminante
Mascarones terrestres con ojos de bosque y
Perfumes de otoño
Oh
Azul
Perpetuo
Tras el mar se refugia el estruendo del tiempo
Muros de siglos son sólo el segundo en que el
Barco del sol se diluye en un sueño
Oh
Brisa
Tersa
Pasión de gaviotas
Así deslizamos el sueño en vaivenes que
Arrastran las islas que habitan los días
Oh
Musitar
De
Sirenas
Ningún despertar desabriga las sombras
Una es la lluvia que aroma en los ojos
Otra es la lluvia que viste las cosas
Oh
Llano
En
Brama
Lejos el mar nos devuelve los barcos
También las auroras devuelven caricias
Lejos el mar es sepulcro de sueños
Así es el umbral en el atrio del hombre
¿Qué sueño escalla en la luz del olvido?
Todo es un grano de sal que despide la luna
¿Dónde ocultar las estrellas fugaces?
Sólo el poema contiene el refugio
Oh
Astral
De
Musas
Brama el orgasmo de un mar a lo lejos
Mas nada envidiamos
Ni el sol
Ni la espuma
Porque basta tocar el oleaje del pecho y
Sentir como late la propia tormenta que fragua el
Dormir o abordar nuevos barcos
Mascarones terrestres con ojos de bosque y
Perfumes de otoño
Oh
Azul
Perpetuo
Tras el mar se refugia el estruendo del tiempo
Muros de siglos son sólo el segundo en que el
Barco del sol se diluye en un sueño
Oh
Brisa
Tersa
Pasión de gaviotas
Así deslizamos el sueño en vaivenes que
Arrastran las islas que habitan los días
Oh
Musitar
De
Sirenas
Ningún despertar desabriga las sombras
Una es la lluvia que aroma en los ojos
Otra es la lluvia que viste las cosas
Oh
Llano
En
Brama
Lejos el mar nos devuelve los barcos
También las auroras devuelven caricias
Lejos el mar es sepulcro de sueños
Así es el umbral en el atrio del hombre
¿Qué sueño escalla en la luz del olvido?
Todo es un grano de sal que despide la luna
¿Dónde ocultar las estrellas fugaces?
Sólo el poema contiene el refugio
Oh
Astral
De
Musas
Brama el orgasmo de un mar a lo lejos
Mas nada envidiamos
Ni el sol
Ni la espuma
Porque basta tocar el oleaje del pecho y
Sentir como late la propia tormenta que fragua el
Dormir o abordar nuevos barcos
martes, 4 de noviembre de 2008
Día de muertos
Hoy visité el camposanto, fui con mis muertos a un cementerio conocido como “Valle del recuerdo”. Me bebí una cerveza entre tumbas y cruces y flores y música propia de embrujo y memoria. Llevé mi cuaderno por si el numen brotaba en las lápidas ocres y esmaltes de mármol, sin embargo todo era bullicio, sonidos humanos, guitarras, un par de acordeones, murmullos, rumores de viento. La risa y la voz de los vivos cruzaba en la faz de las múltiples flores: claveles, girasoles, coronas de rosas, cientos y cientos de cempasúchiles áureos, naranjas y amarillos rutilantes. No vi tumbas tristes, cada nicho fue aseado guardando el respeto, observé a las escobas librando del polvo las fechas y nombres. Vasijas con agua bruñían los sepulcros, desde luego había tumbas modestas, pero nunca faltaba la mano piadosa brindando una rosa, una flor de papel o una oración silenciosa.
Mi madre se acercó en silencio, “Quiero que me escribas mi epitafío”. Pero si aún no te mueres le dije sonriendo. “Sí, pero quiero tenerlo”. Bromeé por un rato pero vi en su mirada un asomo de ruego y sentí que debía complacerla. Abrí mi cuaderno, tomé de mi cuello el bolígrafo negro y sin más le pedí me explicara su idea intentando formar un bosquejo que diera palabras al emblema ineludible de su morada final en la tierra. Juro que en ese momento sentí la que la tinta expelía mi tristeza, pero complací a madre. Y a la vez que fraguaba las letras recordé el epitafio de Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, el infante que dejó atrás las cabras para convertirse en un vate admirado de la llamada «generación del 27», murió el 28 de marzo de 1942 victima de la tuberculosis y el horror del franquismo. Su tumba dice sólo lo siguiente: Miguel Hernández «Poeta». Él se ganó esa palabra con versos y sangre, por ello mi mente vislumbra infinito respeto por ese quinteto de letras. Inigualable epitafio. Sin embargo no pude evitar recordar a la vez el quizás más sublime de todos, se encuentra en la ciudad de México entre las tumbas gloriosas del Panteón de San Fernando. Es uno de los cementerios más antiguos y a su vez aglomera un arte mortuorio de exquisita arquitectura. Hay héroes, presidentes, ministros de estado, virreyes, arzobispos y hasta féretros ficticios. Ahí descansa el Benemérito de las Américas: Benito Juárez. Es un cementerio que ha sido nombrado monumento histórico. Y entre cientos de nichos ilustres una tumba se distingue por su epíteto de oro. Se encuentra justo al lado del sepulcro de José María Lafragua, diputado, ministro, embajador, magistrado y poeta. Nació en Puebla en 1813 y murió en la ciudad de México en 1875. Fue él quien escribió dicho epitafio. Y esa sepultura que contiene sus palabras se conoce con el nombre de “la tumba del amor”. En 1850 el apuesto ministro de Gómez Farías, de Comonfort, de Lerdo y de Juárez, llegaba puntual al altar. Su novia, la bellísima Dolores Escalante cruzaba la puerta del templo y justo en camino hacia él desplomó su mirada y cayó falleciendo al instante. Los médicos determinaron un síncope cardiaco fulminante. Lafragua escribió en sus memorias todo el contexto de un dolor indescriptible, pero nada hasta hoy se conoce, los documentos jamás se encontraron. Lo que sí se vislumbra hoy en día es el genial y doliente epitafio jamás concebido: “Llegaba ya al altar feliz esposa. Allí la hirió la muerte. Aquí reposa”.
Y así abandoné el camposanto, con la palabra en la tumba de Hernández vibrando en mi alma; con el epíteto breve de un hombre admirable; y con un cuaderno del color del vino con lúgubres pastas encerrando el epitafio de mi madre.
Fausto Vonbonek.
Mi madre se acercó en silencio, “Quiero que me escribas mi epitafío”. Pero si aún no te mueres le dije sonriendo. “Sí, pero quiero tenerlo”. Bromeé por un rato pero vi en su mirada un asomo de ruego y sentí que debía complacerla. Abrí mi cuaderno, tomé de mi cuello el bolígrafo negro y sin más le pedí me explicara su idea intentando formar un bosquejo que diera palabras al emblema ineludible de su morada final en la tierra. Juro que en ese momento sentí la que la tinta expelía mi tristeza, pero complací a madre. Y a la vez que fraguaba las letras recordé el epitafio de Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, el infante que dejó atrás las cabras para convertirse en un vate admirado de la llamada «generación del 27», murió el 28 de marzo de 1942 victima de la tuberculosis y el horror del franquismo. Su tumba dice sólo lo siguiente: Miguel Hernández «Poeta». Él se ganó esa palabra con versos y sangre, por ello mi mente vislumbra infinito respeto por ese quinteto de letras. Inigualable epitafio. Sin embargo no pude evitar recordar a la vez el quizás más sublime de todos, se encuentra en la ciudad de México entre las tumbas gloriosas del Panteón de San Fernando. Es uno de los cementerios más antiguos y a su vez aglomera un arte mortuorio de exquisita arquitectura. Hay héroes, presidentes, ministros de estado, virreyes, arzobispos y hasta féretros ficticios. Ahí descansa el Benemérito de las Américas: Benito Juárez. Es un cementerio que ha sido nombrado monumento histórico. Y entre cientos de nichos ilustres una tumba se distingue por su epíteto de oro. Se encuentra justo al lado del sepulcro de José María Lafragua, diputado, ministro, embajador, magistrado y poeta. Nació en Puebla en 1813 y murió en la ciudad de México en 1875. Fue él quien escribió dicho epitafio. Y esa sepultura que contiene sus palabras se conoce con el nombre de “la tumba del amor”. En 1850 el apuesto ministro de Gómez Farías, de Comonfort, de Lerdo y de Juárez, llegaba puntual al altar. Su novia, la bellísima Dolores Escalante cruzaba la puerta del templo y justo en camino hacia él desplomó su mirada y cayó falleciendo al instante. Los médicos determinaron un síncope cardiaco fulminante. Lafragua escribió en sus memorias todo el contexto de un dolor indescriptible, pero nada hasta hoy se conoce, los documentos jamás se encontraron. Lo que sí se vislumbra hoy en día es el genial y doliente epitafio jamás concebido: “Llegaba ya al altar feliz esposa. Allí la hirió la muerte. Aquí reposa”.
Y así abandoné el camposanto, con la palabra en la tumba de Hernández vibrando en mi alma; con el epíteto breve de un hombre admirable; y con un cuaderno del color del vino con lúgubres pastas encerrando el epitafio de mi madre.
Fausto Vonbonek.
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