miércoles, 22 de septiembre de 2010

EMMA


Emma ha llegado sin fuerza a su cita del mundo,
sus alas cansadas, sus letras ya casi invisibles,
y es que es tan dura la tarde y sus senos tan suaves
que duele salir de su láctico ocaso.
Muerdo sus perlas usando mis labios,
no capitulo, no ofrezco pelea ante lo justo
y es justo perder cuando gano sembrar luz de luna en
sus óvulos negros.
Emma pregunta qué escribo y escribo en su piel la
respuesta con puntas de espinas bañadas en
llanto de arsénicas nubes.
En su garganta ha quedado el sabor de unas notas de piano,
en su cintura epitafios flores.
La entregaría a las palabras según las usanzas,
pero es dura la tarde y sus senos tan dulces como agua de río.
Emma quiere, suplica un corcel que la lleve al recuerdo,
Cuán lejos está del veneno,
es inicuo negarle a su aliento el placer de unas alas.
Emma abre sus ojos y pinta de tiempo las horas en blanco,
Emma abre mis manos y en ellas desposa el vitral con
sus cielos quebrados.
Llevo a mis labios sus alas, sus pétalos blancos, su nombre,
sus senos tan dulces,
la carta con fecha de 1860 firmada por Emma y que beso otra
vez contemplando en mis ojos los ojos de Emma.
¿Qué diablos hace un poeta en un año indistinto,
en un siglo distinto a una suplica hermosa en la voz de una
rosa absoluta?
Regresa otra vez cuando ya mis jardines no colmen tus manos,
no dejes, mi amor, que el silencio trascienda a lo eterno,
todo el amor cabe aquí en mi regazo.
Tuya siempre,

Emma.




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