domingo, 17 de agosto de 2008

La lucidez de Orhan Pamuk.

No es fácil leer a Orhan Pamuk, su literatura es densa, redundante, sardónica, pero también obligada. Puede lo mismo elevar el folclor de Turquía hasta el limbo en la estatua más alta del gran Atatürk que dejarla caer hasta hundirse en el fondo del Bósforo oscuro. Puede de pronto enaltecer el mahometismo que súbitamente arrollarlo en total ateísmo. Puede en una página encumbrar con pasión las costumbres y arraigos de un híbrido pueblo y antes de volver la hoja devastar a ese pueblo exhibiendo su ignorancia, si inanición y sus múltiples dudas. Puede estudiar una idea emigrando su mente a los pueblos de Europa y llevar al exilio un amaso de tóxicos temas y luego acogerlos para sin más desarmarlos, barajarlos o arrojarlos como ácido al rostro. Y es ese tren de furgones repletos de Puede el que da potestad a las letras de Pamuk. Pero no es el poder el que alumbra el laurel en sus libros, no es tampoco el usufructo literario, hay algo más que distingue a Orhan Pamuk: las agallas de escribir entre los tigres que celan lo sacro, la osadía de escribir entre serpientes que atacan la inercia, el coraje de escribir entre alacranes que circundan geografías. Cada libro que publica nace libre y sin cruenta instrucción de acatar un camino distinto al que le plazca a sus historias, personajes o lugares. Obvio que adopta el entorno que dicta tanto el tiempo como el sitio y que embona perfecto en la noble ficción o en el fiel desarrollo del libro. Pamuk no accede a escondrijos pueriles; él compromete, denuncia, comparte, pero sobre todo narra. Sabe anudar al lector al ovillo de nieblas y así devanarlo en historias que pronto se engrosan formando un capullo que ya no se abre hasta el último punto. Pero Pamuk no obliga a quedarse, es el lector quien decide si el mundo allá adentro le ofrece un valuarte o si no hay atributos que logren ligarle. Sólo advierte una cosa: jamás otra obra pondrá ante los ojos de nadie la humana y perfecta visión de esa zona del mundo que no es diferente a la nuestra a pesar de distancias, idiomas, costumbres y desde luego creencias. Y esa advertencia devasta; pero no es necesaria, porque sólo el lector anodino, el mojigato, el indolente, nunca verá a sus espaldas las alas que elevan el cuerpo a asomarse a otros mundos que habitan el nuestro.
A través de “El libro negro” (1990), podrán adentrarse de forma total en la mente y los miedos de Galip, un hombre normal y casado que busca a lo largo de días a Rüya, su esposa que súbitamente se marcha dejando una nota, el sosiego deshecho y el alma de Galip revuelta. Él deberá recorrer Estambul y usurpar otro ser para luego mezclarse con gente repleta de ideas y emociones que a veces ayudan y a veces son lastre en la búsqueda amarga… pero también reflexiva. La trama inherente a un sendero colmado de voces, relatos, sucesos e historias nos coloca poco a poco en un urbano laberinto que nos lleva a dudar si es posible salir y si al hacerlo podremos volver otra vez a ostentar quienes fuimos. Es un libro inteligente en demasía.
En “Me llamo rojo” (1998), veremos con asombro como Pamuk nos extirpa de este siglo hasta prácticamente encarnarnos en el siglo XVI. Pero lo más portentoso es volver a ese piélago inmenso de historias y tramas descritas con una soltura excesiva que nos hace sospechar que el autor recurrió a antiguos karmas para narrarnos la historia de un lienzo sobre el cual se teñirá no únicamente la vida de un sólo sultán, sino las vidas y muertes de un sinnúmero de artistas, maestros, dibujantes, y seres afines al tinte de un tiempo que plasma en sí sólo una gama de historias repleta de intriga, de amor, de suspenso y de vasta maestría.
Ahora voy al que más me ha gustado: “Nieve” (2002), y que confieso que me hizo llorar al pasar ciertas hojas. El nombre original es Kar, que en turco significa nieve. El nombre del protagonista es Ka. Y la ciudad en la cual se despliega la trama se llama Kars. Todo transcurre en tres días. Ka, poeta turco exiliado en Frankfurt, Alemania, regresa unos días a Turquía después de doce años de ausencia y se orienta hacia a Kars a cumplir un destino que nadie conoce, salvo la nieve que cae a lo largo de toda la historia y que es cómplice asidua del tiempo en que Ka desmenuza su suerte a través de poemas y copos puntuales. Bastarán esos tres días para vaciar el costal del pasado y llenarlo de tiempo pensando que habrá algo distinto al abrirlo a lo lejos. Ka encontrará que la nieve también es oscura, y que cada individuo es un copo disímil a pesar que a la altura del cielo los cuerpos, las almas, y cada conciencia parezcan las mismas. Ka encontrará poesía y el rostro mordaz de una prosa que habrá de agredirlo, pero también colmará sus sentidos de amor y delirio. Kars será un pueblo pequeño en el cual se vislumbren las fauces humanas que no dudarán en morder las lealtades, tragar los anhelos y vomitar sus miserias. La simetría de la nieve pondrá en manifiesto el descuadre en los pechos y una anormal graduación en las lenguas humanas. Ka sentirá en carne viva el dolor de la nieve; cada copo que toque su piel le dirá una verdad que difiera en los otros, pronto verá que la vida es un copo gigante y que él mismo es el centro en la suya. Ka será el eje en que giren sus versos y en ese tiovivo pondrá su futuro.
Pamuk se asiste en su propia existencia, no inventa conflictos, no improvisa, no instaura escenarios, todo es existente y él sólo enarbola la fiel circunstancia: el morbo de un pueblo revuelto de estirpes y afecto a creencias que nunca termina de ver y culpar a occidente sin verse y culparse a sí mismo. Europa representa una dolencia, pero también una escusa perfecta a sus propios achaques. Es infalible el asomo a otras formas de vida, es absurdo tapiar las ventanas cuando hay gravidez a observar lo distinto. No es posible restringir lo inexorable; sólo la sacra raíz y los dogmas morales defienden lo propio, la identidad de la tribu, la omnipresencia que ampara y prolonga la estirpe.
Nieve es un grito a la lógica humana, una introspección a un subconsciente que ausculta en las veras del alma su derecho a anteponer las convicciones aun a costa de coartar felicidad.
Nieve es entrar en un pueblo incapaz de palparse, imposible de asirse a un refugio, porque paulatinamente al pasar por las calles y encarar las voces te descubres como un peregrino que va transitando en sí mismo, que cada rincón representa un concepto, que cada matiz simboliza el reflejo de aquello que fuimos y aquello que aún somos, y que cada persona conjunta una célula plena de ensueños y falsa utopía. De pronto los copos que ofrecen bonanza serán todos juntos luctuoso pantano. Lo blanco no es más la pureza piadosa, los pétalos albos serán consumidos por cruentos vacíos. Nieve es una obra de teatro en que tú eres actor y a la vez concurrente, nieve es un programa de televisión, nieve es un diario que escribe el futuro y después le da alcance. Nieve es la cámara oculta en los ojos de Ka que transmite a los ojos del mundo el jolgorio brutal de entelequias humanas que cubren con velos sus propias quimeras no entendiendo jamás que a lo largo del orbe aun la gente desnuda se envuelve a sí misma en charshafs invisibles que inhiben sus miedos mas nunca lo extirpan.
Nieve es el riesgo de abrir la ventana y en una exhalada mudar la existencia al enjambre de copos.
Nieve es un libro de cruel realidades, pero ante todo es un libro de amor.


Fausto Vonbonek, Agosto 17 de 2008.



3 comentarios:

  1. Wuaoh!
    Que análisis tan hermoso, que juego de palabras. Me has entusiasmado a saber más de este autor y de poder beneficiarme de su literatura.
    Un beso
    Dios te guarde

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  2. Querido Fausto:
    Tuve comentarios muy buenos de Pamuk. También sé que su lectura es difícil. ¿ Con cuál creés que sería más adecuado empezar? Cariños. Clarice.

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  3. Hola Clarice:
    A mí en particular me gustó mucho "Nieve"; quizás porque Ka es un poeta y me lleva a sentir y a sufrir y a gozar con su estancia en un pueblo sublime, pequeño y nevado. Sin embargo lo he pensado y sugiero iniciar con el plato más fuerte: "El libro negro". Como dije, no es fácil leer a Orhan Pamuk, sus novelas no son novelescas, y esa es una paradoja. Todo el amor que continen, toda su aventura está colmada de historias que son paralelas con líneas que a veces se cruzan. Sus novelas debieran tener una cierta advertencia, (como las cajas de cigarrillos): "El abuso de este libro puede hacerlo inteligente."
    Gracias... Fausto.

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