jueves, 19 de junio de 2008

Casandra y los ecos que aún somos
Por Fausto Vonbonek


Narra la mitología griega que a cambio de un encuentro carnal, Apolo, dios de la luz y del sol, y a su vez de omnipotentes patrimonios sobrehumanos, ofreció a la hija de Príamo, Casandra, el poder de la adivinación. Ella aceptó el trueque erótico, pero antes pidió poseer la videncia. Seguramente que Apolo, ya sumido en el ardor del bajo vientre aceptó conferirle el regalo; y una vez que Casandra sintió el presagiar por sus venas sin más se negó a dar su cuerpo. Hombres y mujeres, dioses y traiciones, calentura y desconfianza. Pares palpables de historia y palabras.
Oscar Wilde tuvo el arrojo de escribir que cuando Dios creaba al hombre sobreestimó un poco su habilidad. Y ésta es una frase totalmente hiriente porque agrede tanto al dios que esculpe como al hombre que intenta escapar de sus manos. Sin embargo es una frase cierta. Todo espejo sobreestima su reflejo, y basta observarse a menudo para ver la verdad traslucida en sí misma. Apolo no sobreestimó en venganza, iracundo se lanza a besarla y al robarle sus labios le roba a su vez la confianza. Su intención no es despojarla del obsequio del augurio, su propósito es maligno, insano, pleno de toxicidad. No se limita a tomar lo que ha dado, sino en dar un mal eterno. ¡Vas a seguir conservando la gracia! ¡Pero nadie jamás va a creerte! …y así comenzó su tragedia y la nuestra.
Advierte Casandra, ¡No permitas que Paris visite Grecia, ese será la apertura del odio! Príamo ignora su consejo, Paris roba a Helena y es insidia consabida.
¡Ese caballo está colmado de guerreros, hay que quemarlo cuanto antes! Nadie advierte la verdad en sus palabras y el fuego arremete con Troya.
¡Huelo sangre, huelo sangre! Gritaba en su histeria Casandra. Pero nada la salvó de sumergirse en el potaje bermejo que pulsaba entres sus senos.
¿Cuál es el pecado de Casandra si su mismo nombre significa su advertencia? “La que enreda a los hombres” No hay entonces excusa para un sumo dios que ignoró los bosquejos desnudos de un ser hermoso que eligió retractar su palabra.
Casandra no miente, no inventa presagios, no desvanece al sentirse ignorada; ella insiste, ruega, reclama, delira. ¿Qué es Casandra en el presente? ¿Una omisión de un acuerdo? ¿Un mito antiguo? ¿Una memoria ya en polvo? … Casandra es la perenne indiferencia disfrazada de nosotros.
Indiferencia a los rostros, a las calles, a los ruidos, al fantasma del murmullo. Indiferencia a los muros, al asfalto, a los nidos, al cimiento, a las flores de las tumbas. Indiferencia a las letras, al emblema en las miradas, a la jerga de las aves, al garabato del viento. Indiferencia a las albas que aún bajan al pueblo, al horizonte que aún viene, al donaire de las luces, al garfio del beso. Indiferencia al sonido de un piano, al interés de un maestro, al desvelo de una madre. Indiferencia a las leyes, al respeto por los niños, por las selvas, por su esencia, por los mares, por su ensueño. Indiferencia ante el crimen, al tsunami de las drogas, al tatuaje indescifrable en las paredes.
Indiferencia hacia el odio, al desgano habitual, al fervor por la mentira. Indiferencia a un cerca que se jacta en mantenernos divididos y a un petróleo que a jurado terminarse. Indiferencia ante esos niños que ven a una corte suprema humillar su bienhechora y honrar los demonios. Indiferencia a esas mujeres que amanecen bajo tierra. Digámoslo así: indiferencia ante la indiferencia.
He iniciado mi texto abrigado en Casandra, pero no es casualidad que esto suceda, ser aspirante a poeta me saquea la indiferencia. Voy a explicarme; sólo ver una retórica portada proyecta mis manos a un libro, tal fue el caso de un retrato que estampa tres mujeres afganas caminando una tras otra con sus velos morados y sus rostros ocultos. Todo su cuerpo cubierto con telas sitiando su Islam y su piel, un muro gris carcomido descansando sobre un suelo gris bajo un cielo que adivino como gris. El título mismo es imán a mis ojos, “El viento se llevará nuestras palabras” No hay indiferencia que me expulse, mucho menos al saber que la autora es Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007, y en sus páginas describe los engendros repugnantes de la ocupación soviética en Afganistán. Tengo tantos libros por leer que es sensato alejarme y dejar temas foráneos para luego, pero qué es lo foráneo cuando sólo es un mundo y es una la sangre. Doris Lessing describe el efecto Casandra en un libro pequeño pero enorme de pobreza, de injusticia, de mutilaciones… y de indiferencia. Cito textual: “En estos días Casandra no es un ser inspirado por los dioses, ni una vieja llorona abandonada en una esquina, ni un soldado veterano que lo perdió todo en alguna guerra. Casandra es un grito de alerta que viene de todas partes, en particular de los científicos, cuya función es saber qué puede suceder, de la gente de todas partes que se preocupa por los asuntos públicos, de cualquier ser pensante. Podría decirse que todo mundo se ha convertido en Casandra, pues no queda nadie que no vea el desastre que ya se avecina. Todos los desastres son evitables, es decir, evitables si en verdad controlásemos nuestro destino, como creemos que hacemos, o como se supone que pensamos que hacemos, a juzgar por lo que decimos. Pero somos una raza imprudente e irresponsable. No deberíamos fabricar armas nucleares, no deberíamos ir a ninguna guerra, no deberíamos envenenar los océanos, deforestar montañas, ni liberar más radiactividad”
Yo sí puedo creer en Casandra, he encontrado la herramienta para hacerlo, he encontrado en los versos el contraveneno de la indiferencia. Casandra es un efecto cotidiano, pero también la poesía; no es Casandra ajena a nadie, pero tampoco lo son las palabras; Casandra quizás sea infinita, la poseía sin duda lo es. Ella es el estribo que permite sostenerme y preservar mi certeza de que el viento no se lleve las palabras que aún nos salvan.
Yo nazco diario en mis versos, el gran Gabo dice que los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez. Por eso he elegido aspirar a poeta, porque sólo el universo de los versos es capaz de llenar mi vacío y de hacerme nacer. Y un verso puede ser una lectura, puede ser una canción, una guitarra, puede ser una caricia, un par de billetes, un refugio, un trago de vino. Un verso es respuesta, un verso es paseo, un verso es la influencia que arranca un suspiro y lo trae a nosotros, un verso es la pasión que lo dota de fuerza y que apunta sus espinas a la indiferencia. Hay un muro que deslinda lo que es nuestro, pero nuestro es todo el mundo, y nuestra es la vida que gira en un aire que gira en sí mismo. La vida nos ha sido dada ― dice Ortega y Gasset― pero a su vez nos señala que no se nos ha dado hecha. Yo encuentro en los versos la forma de hacerla, pero también soy un hombre que encuentro mi vida enfrentando a la misma Casandra que ahora nos observa en la penumbra de un mundo sombrío incrustado en la madera de una caballo destinado a arder de nuevo.

1 comentario:

  1. Es toda una denuncia tu texto, y como tú, también pienso que todos somos Casandra, con excepción de los padres de las patrias, los grandes empresarios, los poderosos industriales, los magnates petroleros, ¿por qué será que estos invidentes tienen todos un común denominador? La opulencia, que hace de la ambición una virtud.
    MartaeugeniaR

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