Hace sólo un par de días publiqué en este blog un poema que encontré en mi archivo, lo intitulé “Belicismo”. Tomé la decisión de anexarle una fotografía para así acrecentar el contexto, pues es un poema muy breve y sencillo para una cuestión tan extrema que envuelve el concepto de guerra. Juro que fue ese el motivo, pero más allá de cualquier juramento se encuentra esa estampa terrible que cierne a esos niños. No puedo olvidar la expresión de sus rostros. Una y mil veces está en mi memoria como un canto triste, siento que es algo imposible en el tiempo presente, pero sé que es ahora y no puedo evitar que me duela por muchos motivos. Debo confesar que al mirar por primera ocasión esa imagen sentí otro grabado arribando a mi mente. Fue una analogía instantánea, un reclamo a expresar lo que el tiempo repite y el hombre duplica. Sí, era el Grito de Munch. Recordé esa expresión en el óleo famoso del pintor noruego Edvard Much (1863-1944).
La pintura arroja una angustia incapaz de vencerse invadiendo enteramente la humanidad del artista. Tanto ha impactado el matiz semihumano que incluso un excéntrico crítico se aventuró a proponer que las mujeres encinta debían mantener su distancia del cuadro. E irónicamente los nazis consideraron brutal la creación del pintor retirando su obra de toda Alemania.
Hoy todo mundo conoce este cuadro, pero quizás pocos sepan las palabras que escribió el artista en su diario con fecha de enero de 1892:
"Iba caminando con dos amigos siguiendo el camino, el sol se ocultaba a lo lejos. El cielo se volvió rojo de pronto, yo me afiancé a la baranda sintiéndome exhausto. Observé bajo el fiordo la sangre y las lenguas de fuego, un azul renegrido invadía la ciudad. Mis amigos siguieron sus pasos, yo permanecí en el sitio temblando de miedo. Sintiendo cruzar por la naturaleza ese grito infinito"
Por eso no olvido la fotografía, por las palabras de Munch, y por la estampa del grito en los niños.
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