jueves, 19 de junio de 2008

Dish Network latino = Veneno.


Por Fausto Vonbonek.


En 1884, Paul Nipkow, un estudiante alemán, diseña y patenta un primer mecanismo capaz de mandar a distancia una imagen precisa; había inventado la televisión. Todo era a través de la electricidad y variados sistemas mecánicos, pero gracias al ingenio de más gente y al marcado progreso científico en 1928 fue posible transmitir la primera señal transatlántica entre Londres y Nueva York mediante ondas de radio. Han pasado 124 años desde el invento de Nipkow, se ha adicionado el color y el sonido, hoy es posible marchar por inmensos pasillos de tiendas y ver las pantallas sintiendo que no hay tal pantalla. Es todo tan nítido y pulcro que puede admirarse el recuadro con la impropia incertidumbre de que estamos ante un panorama ficticio. Hay una fina membrana que evita sentirnos testigos genuinos del hecho visual que nos roba el sentido, y es tan ferviente el sonido que no es ya fortuito el creer que el balón o las balas se escapan y rompen cristales o pasan rozando el sofá en que nosotros estamos. Hay televisiones planas, de plasma o cristal de fluidos. Hay pantallas que parecen invitarnos a dar ese salto al color movedizo. Hay tecnología que supera el ojo y diseña a su vez panoramas variables. Una buena economía nos permite obtener de inmediato el pasmoso aparato, una economía mediana nos instiga a anexarnos a un crédito, sea como sea la manera de adquirirla sucede que tarde o temprano tendremos la bella pantalla adornando la casa. Y yo ahora pregunto: ¿Qué vamos a ver? ¿Qué programas pasarán al oprimir el botón de encendido? ¿Qué nos ofrece actualmente el listado de canales infinitos que prometen esos tantos proveedores de cable o de antena? ¿A qué programación se confina al hispano que no entiende inglés o que anhela un asomo a la tierra que deja? ¿Es natural desprenderse de toda cultura visual y aceptar simplemente programas vacíos con la más insubstancial publicidad? Basta un recorrido a cualquier hora por los canales hispanos para entender el porqué del rezago intelectual de nuestra gente fomentado por empresas millonarias que acomodan programas ociosos donde engrosan sin prejuicio la ignorancia pero a su vez sus ganancias. El televidente es tan sólo un objeto, un ente apagado, un individuo sin voz que confunde un noticiero de prestigio con programas banales donde reina el comentario amarillista y esas notas que hace tiempo eran sólo exhibidas en revistas que a su vez se leían con prudencia y jamás se comentaban ante niños. Hoy sobresale el programa sin clase, las comedias más fútiles, hoy despunta el revoltijo más ligero y convierten en pan nuestro las insidias de actores y artistas que han encontrado en el chisme una excusa perfecta que compensa su carencia de talento. Claro que hay la opción de contratar programación más aceptable, pero además de su costo conlleva un lenguaje y costumbres que aún no comprendemos ni adoptamos fácilmente. Si bien la pantalla podrá ser excelsa, la nutrición que conforma la torna mugrienta. Realmente es escaso el contenido que concede algo valioso, muy poco nos llega de un mundo profundo que encuentra un escudo infranqueable en la opción de canales. Claro que hay la opción del Internet o el salir a rentar un buen filme, pero entonces qué provecho conquistamos del pago mensual que recibe la empresa. Yo he optado por ver la pantalla que ofrece un buen libro, y aunque no es de cristal líquido, ni cuenta con High Definition, es la pantalla más franca que ofrece mi propia conciencia. Aunque debo decir que el pasillo que la exhibe dista bastante de ser el pasillo gigante que ostenta el invento de Nipkow.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario: